Desde dos ciudades invisibles




Las ciudades y la memoria. 5

En Maurilia se invita al viajero a visitar la ciudad y al mismo tiempo a observar viejas tarjetas postales que la representan como era antes: la misma plaza idéntica con una gallina en el lugar de la estación de autobuses, el quiosco de música en el lugar del puente, dos señoritas con sombrilla blanca en el lugar de la fábrica de explosivos. Para no decepcionar a los habitantes hace falta que el viajero elogie la ciudad de las postales y la prefiera a la presente, aunque cuidándose de contener dentro de límites precisos su pesadumbre ante los cambios: reconociendo que la magnificencia y la prosperidad de Maurilia convertida en metrópoli, comparada con la vieja Maurilia provinciana, no compensan cierta gracia perdida, que sin embargo se puede disfrutar ahora sólo en las viejas postales, mientras que antes, con la Maurilia provinciana delante de los ojos, de gracioso no se veía realmente nada, y mucho menos se vería hoy si Maurilia hubiese permanecido igual, y que de todos modos la metrópoli tiene este atractivo más: que a través de lo que ha llegado a ser se puede evocar con nostalgia lo que fue.
Hay que guardarse de decirles que a veces ciudades diferentes se suceden sobre el mismo suelo y bajo el mismo nombre, que nacen y mueren sin haberse conocido, incomunicables entre sí. En ocasiones hasta los nombres de los habitantes permanecen iguales, y el acento de las voces, e incluso las facciones; pero los dioses que habitan bajo esos nombres y en esos lugares se han marchado sin decir nada y en su lugar han anidado dioses extranjeros. Es inútil preguntarse si éstos son mejores o peores que los antiguos, dado que no existe entre
ellos ninguna relación, así como las viejas postales no representan a Maurilia como era, sino a otra ciudad que por casualidad se llamaba Maurilia como ésta.

Giorgio de Chirico. Enigma de la llegada.

Las ciudades y los ojos. 4

Al llegar a Fílides, te complaces en observar cuantos puentes distintos uno del otro atraviesan los canales: convexos, cubiertos, sobre pilastras, sobre barcas,colgantes, con parapetos calados; cuantas variedades de ventanas se asoman a lascalles: en ajimez, moriscas, lanceoladas, ojivales, coronadas por lunetas o porrosetones; cuántas especies de pavimentos cubren el suelo: cantos rodados, lastrones,grava, baldosas blancas y azules. En cada uno de sus puntos la ciudad ofrecesorpresas a la vista: una mata de alcaparras que asoma por los muros de la fortaleza,las estatuas de tres reinas sobre una ménsula, una cúpula en forma de cebolla contres cebollitas enhebradas en la aguja. "Feliz el que tiene todos los días a Fillidedelante de los ojos y no termina nunca de ver las cosas que contiene", exclamas, con la pesadumbre de tener que dejar la ciudad después de haberla sólo rozado con la mirada.

Te ocurre a veces que te detienes en Fílides y pasas allí el resto de tus días. Pronto la ciudad se decolora ante tus ojos, se borran los rosetones, las estatuas sobrelas ménsulas, las cúpulas. Como todos los habitantes de Fílides, sigues líneas enzigzag de una calle a la otra, distingues zonas de sol y zonas de sombra, aquí unapuerta, allá una escalera, un banco donde puedes apoyar el cesto, una cuneta dondeel pie tropieza si no te fijas. Todo el resto de la ciudad es invisible. Fílides es unespacio donde se trazan recorridos entre puntos suspendidos en el vacío, el caminomás corto para llegar a la tienda de aquel comerciante evitando la ventanilla de aquelacreedor. Tus pasos persiguen no lo que se encuentra fuera de los ojos sino adentro,sepulto y borrado: si entre dos soportales uno sigue pareciéndote más alegre esporque por el pasaba hace treinta años una muchacha de anchas mangas bordadas, obien sólo porque recibe la luz a cierta hora, como aquel soportal que ya no recuerdasdónde estaba.Millones de ojos se alzan hasta ventanas puentes alcaparras y es como sirecorrieran una página en blanco. Muchas son las ciudades como Fílides que sesustraen a las miradas, salvo si las atrapas por sorpresa.

Juan Suarez Blanco. Gotica la anunciación


Mas que comentar lo incomentable de estos textos de Italo Calvino quiero referirme a lo que me atrapo en ellos: la experiencia espacial del lado de la vivencia, no del espectáculo.

La visión de estas ciudades le da un lugar primordial al transeúnte, existen a partir de las versiones de quienes las miran, estan vivas en tanto que estan presentes en la memoria, en tanto son referencia vital del habitar. ¿Que es lo que hace que dejemos de ver con ojos de turista las volutas y los excesos de Fillides? Que será sino nuestra propia percepción pero en una frecuencia más baja, cuando nuestra atención no esta en la geometria o la manufactura sino en el ambiente resultante: un patio de sombra y vegetación, fresco y cerrado, un portal que encuadra un recuerdo, una escalera que terminaba en el mar. o una calle suficientemente
ancha para jugar una copa de futbol coladeritas. ¿Que distancia de los ojos a la memoria puede volverse geometría? ¿que tanto puede abarcar la mirada que deje la huella de sus trazos en el recuerdo? ¿Como conciliar el discuso de lo bello con la presencia de lo cálido y lo confortable? Estas preguntas se encuentran en el camino de la construcción de un objeto arquitectónico.

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